Los sentidos del vino: Introducción

Todo en el vino se sintetiza en el plural de una sola palabra: SENTIDOS. Efectivamente, el vino enfatiza nuestros sentidos de una forma brutal. Su color agudiza la vista en búsqueda de múltiples matices; su aroma hace lo propio con el olfato; y el sabor con el paladar. Y si estiramos el significado de la palabra, la podemos aplicar a cualquiera de las esferas relacionadas con la felicidad, porque el vino es el gran potenciador de nuestros sentidos y, gracias a él, podemos disfrutar de un sinfín de sensaciones positivas.

No obstante, desde un estricto punto teórico, cuando bebemos una copa de vino hay tres cosas que solemos hacer: primero, observar su color; después, oler los aromas que desprende; y, finalmente, degustarlo. Son pautas que, salvo en momentos de informalidad, tendemos a realizar, tanto amantes del mundillo como consumidores normales. Y esto lo hacemos por varios motivos: primero porque sabemos que no todos los vinos tienen el mismo color y que éste nos puede dar una pista sobre su variedad, amén, por supuesto, de que el color de un vino siempre es atractivo. En segundo lugar, porque los aromas que existen en una copa son de lo más variados y nos pueden transportar desde un campo de flores hasta un mar salino, además de que suelen ser embriagadores. Y, en tercer lugar, porque nunca un vino sabe igual, especialmente si sus terroirs son muy diferentes, sin descontar, por supuesto, de que queremos deleitarnos con sus sabores. El resumen es que tenemos curiosidad en descubrir los matices de aquello que tenemos delante y que nos hace disfrutar.

Ahora bien, los frikis del vino vamos un poco más allá y tendemos a buscar un sinfín de notas dentro de la botella que nos vamos a beber, especialmente cuando catamos a ciegas, así que os invito a seguir leyendo las restantes entregas de esta entrada para profundizar de todos los matices de las diferentes fases de cata.