Hace ya algunos años, escribí una novela, Valencia y el testamento de Violeta García, en la que, como no podía ser de otra forma, hice algún que otro guiño al mundo del vino. Uno de sus personajes secundarios, Sabino Blanco, hacía una reflexión con la que cada día estoy más de acuerdo y que he considerado interesante trasladarla a este blog. Aquí la tenéis:
El vino no es un simple líquido alcohólico que nos puede llevar a un punto de alegría, medida o desmedida, en un momento determinado. El vino es mucho más que todo eso.
El vino es una forma de entender la vida en consonancia con la tierra y el cielo. El vino es tradición. Es la unión con nuestros antepasados.
El vino es la sangre de Cristo.
El vino se remonta hasta el neolítico.
El vino es “terroir”: el producto de unos suelos determinados; de una forma de trabajar; de los frutos de una región; del clima típico de la misma.
El vino es viajar a otros lugares, experimentar su forma de vida, su cultura, sus paisajes y su forma de trabajar.
El vino también son recuerdos. Sus notas nos traen a la memoria infinidad de aromas y sabores de productos que nos rodean: flores, frutas, minerales, animales, objetos…
El vino es amistad. Las relaciones entre las personas son diferentes cuando hay una copa de vino por medio.
Y por supuesto, el vino también es diversión. Un motivo de felicidad con el que celebramos nuestros grandes y pequeños eventos.
(Sabino Blanco, en Valencia y el testamento de Violeta García).
Por supuesto, cada cual tendrá su particular forma de entender el vino. La mayoría de la gente se limitará a decir si le gusta o no le gusta, sin darle mayor trascendencia, algo que, por supuesto, no solo me parece bien, sino que es hasta lo más normal, pues soy consciente de que, en mi caso, la pasión por el mundo que rodea al vino trasgrede la normalidad. En cualquier caso, las palabras de Sabino Blanco ejemplifican lo que para mí significa el vino y sintetizan, a la perfección, todo lo que este mundillo conlleva.