Una guerra perdida

Una guerra perdida

Que en España se bebe más cerveza que vino es un hecho irrefutable. El precio, la cultura y la facilidad de acceso a la cerveza hacen que el consumo de esta prime sobre el del vino. Detrás de todo ello, el marketing y la publicidad juegan un papel fundamental. La cerveza está por todas partes: televisión, revistas, vallas publicitarias, etc. En un simple paseo por nuestro barrio, resulta sencillo observar como en los bares, cafeterías y terrazas, las copas, vasos, sillas, mesas y sombrillas pertenecen a marcas de cerveza, incluso algunas pagan dinero para conseguir exclusividad. De esta forma, las cerveceras actúan como financiadoras de bares y restaurantes cobrando un alto precio de retorno. Una oferta contra el que sector vinícola no puede competir.

¿Por qué el vino no puede luchar contra este sistema? Muy sencillo. La cerveza es un producto inmediato y el vino no. El vino se hace una vez al año, pues requiere un cultivo y una elaboración que se alarga durante todo un año, mientras que la cerveza se elabora según necesidad, solo se necesita agua y cereal. Los litros salen a demanda. Algo impensable para la mayoría del sector vinícola. Esta circunstancia es clave para que la competencia resulte desigual.

Por otro lado, y dejando a un lado esta guerra perdida, resulta curioso que España, según la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), a pesar de ser el tercer productor de vino, por detrás de Italia y Francia, no esté dentro de los diez primeros consumidores de vino por habitante. A la cabeza se encuentra Portugal, seguido de Francia, e Italia, mientras que España, en el año 2018, se situaba en la decimosegunda posición. ¿Cómo es posible que siendo uno de los primeros productores de vino no estemos entre los diez primeros consumidores por habitante a nivel mundial?

En mi opinión, es una guerra perdida que viene dada por múltiples factores. El primero, en este país, sumamente complejo, ni sabemos vendernos ni damos importancia a lo que producimos. A continuación, porque somos un país que nos vendemos a lo barato frente a la calidad. Y, en tercer lugar, relacionado con los anteriores, es un problema de educación y menosprecio a nuestra cultura, porque la cerveza es un producto importado y el vino es nuestra tradición. Tal vez mi opinión parezca dura, incluso tajante, pero los datos son los datos y, particularmente, no le encuentro otra explicación.

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