El día que conocí a Pierre Overnoy

El día que conocí a Pierre Overnoy

Conocer a Pierre Overnoy no es moco de pavo. Por poner un símil futbolístico sería como conocer a Leo Messi, aunque realmente existen un buen número de diferencias en las que no voy a entrar. Simplemente, quería llamar la atención sobre la importancia de la persona a la que me refiero y a la que, a buen seguro, todos los amantes del vino conocen. Tan solo, recordar una frase de su libro “La parole de Pierre”, que dice mucho sobre este genial viticultor: “La Tierra, no son nuestros padres quienes nos la han dado, sino nuestros hijos quienes nos la han prestado”.

Era Pascua de 2017. Un viaje al Jura en familia y con amigos. Todo empezó con una llamada por teléfono de mi querido amigo Vicente en un parking, desde una población cercana a Pupillin, el pueblo de Overnoy. Aún nos estamos riendo, mi amigo Paco y yo, del entusiasmo de Vicente durante la conversación que sirvió para concertar la visita. Fue como si estuviera pidiendo audiencia al mismo Dios. Lo cierto es que consiguió que, al día siguiente, nos abrieran las puertas de la bodega de Pierre Overnoy.

Allá que fuimos. Nos recibió Emmanuel Houillon, quien hoy, dada la edad de Pierre, es quien hace los vinos. Este nos habló, no de vino natural, sino tan solo de vino, porque para ellos solo existe la palabra “vino”. La consecuencia lógica de trabajar un viñedo sin añadidos químicos y del proceso de la fermentación de la uva hasta convertirse en alcohol. Nada más. La alquimia de la naturaleza, así de simple. Catamos un sinfín de vinos, atentos a sus explicaciones y disfrutamos de una tarde soñada. Posteriormente, apareció Pierre, no para hablarnos de vino, sino de pan, porque disfruta trabajándolo y cocinándolo. Qué duda cabe, que alucinamos con la situación, pero más cuando nos dijo que al día siguiente podíamos pasar a recoger una hogaza que nos dejaría preparada.

Nos marchamos siendo conscientes de que habíamos vivido un momento mágico, de los que solo se pueden dar en este maravilloso mundillo, en el que los amantes del vino nos entendemos con la pasión, más que con el lenguaje. Digo nos marchamos, aunque lo cierto es que casi nos dejamos a nuestro amigo Vicente que, mientras nuestro coche comienza a rodar él seguía en la puerta de la bodega deshaciéndose en halagos hacia Emmanuel y Pierre por su exquisita amabilidad.

Al día siguiente, pasamos a recoger el pan. No estaba ni Pierre ni Emmanuel, pero sí el hijo de este, que nos entregó la hogaza. Aquella noche cenamos con el pan de Overnoy y, por supuesto, con una botella de sus vinos, recordando unos momentos que jamás olvidaremos.

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