Jura

Jura

En el mundo existe un buen número de zonas vinícolas que no tienen la relevancia que se merecen. Egoistamente hablando, tal vez sea lo mejor, pues de lo contrario sus precios se dispararían y los turistas acabarían con la tranquilidad que en muchas de ellas se respira. El Jura es una de ellas. Un remanso de paz, que ocupa una pequeña superficie del este de Francia y cuyo viñedo apenas supera las 2.000 hectáreas.

El clima en el Jura es semicontinental, similar al de Borgoña, Alsacia o Champagne, por lo que los inviernos son muy fríos y los veranos calurosos. En sus suelos, donde predominan las margas, se asientan seis denominaciones de origen. Cuatro son de carácter geográfico: AOC Côtes du Jura, AOC Arbois (con posibilidad de AOC Arbois-Pupillin), AOC L’Étoile y AOC Château-Chalon. Las otras dos corresponden a estilos de vinos específicos: AOC Crémant du Jura y AOC Macvin du Jura. Además, dentro de las diferentes AOC geográficas, se pueden elaborar vinos con estilos concretos que tienen sus propias normas, como son el vin jaune (vino amarillo) y el vin de paille (vino de paja).

Las AOC (denominación de origen) del Jura autorizan cinco variedades de uva principales. Las blancas savagnin y chardonnay, y las tintas poulsard, trousseau y pinot noir. Con todas ellas se hacen vinos excelentes, tanto monovarietales como coupages.

Visité el Jura en abril del 2017, desde entonces no he vuelto y pienso que estoy tardando en volver. De aquel viaje guardo excelentes recuerdos. Un entrañable paseo entre los viñedos de Arbois, bajo unos cielos grises y amenazantes, pero que nos respetaron durante el camino. Un pequeño y encantador palacete en Salins-les-Bains, que nos hizo de morada durante el viaje. O una excelsa cena con vinazos en “Le Grapiot” (Pupillin). No obstante, si tuviera que quedarme con algún momento vinícola fue, sin lugar a dudas, el encuentro con Pierre Overnoy, en el que, quizás, lo de menos fueron sus vinos, sino el compartir la sabiduría de uno de los viticultores que ha engrandecido la palabra VINO. Por cierto, no nos regaló una botella de vino, pero sí un exquisito pan que él mismo cocina. Momentos como los vividos aquella tarde, en el que casi nos marchamos olvidándonos de nuestro amigo Vicente, solo hacen que incrementar mi pasión por el mundo vinícola.

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