El vino es un viaje constante y la copa el transporte que nos permite viajar hasta cualquier parte del mundo. No obstante, para que el viaje sea completo, resulta necesario haber estado, físicamente, en el lugar de destino. Empaparnos de sus paisajes, de su suelo, de su clima, de sus aromas, de sus tradiciones, de sus gentes…, en definitiva, empaparnos de la palabra clave, el terroir. Esto nos permitirá que, cuando en casa nos llevemos a los labios una copa de vino, podamos viajar, nuevamente y con conciencia plena, al lugar que nos estamos bebiendo, y viceversa, bebernos el sitio al que hemos viajado. ¿No es una suerte viajar, viajar y viajar tantas veces a esos lugares que amamos y a los que nos gustaría volver de forma asidua?
Para ello hay que empezar por el principio: viajar, en el sentido literal de la palabra. Tan sencillo y placentero como coger la maleta y desplazarse, in situ, a las diferentes zonas vinícolas del mundo. Empecemos por las que nos resulten más accesibles y después vayamos ampliando el radio de acción. No nos quedemos en nuestra comunidad, ni en nuestro país, ni siquiera en nuestro continente ¡viajemos por todo el mundo!
A la gran mayoría de las personas nos encanta viajar y lo solemos hacer en vacaciones. Las zonas vinícolas nos permiten disfrutar de esos momentos desenfadados, tanto en solitario, como en familia o con amigos, con el aliciente de que, además, vamos a empacharnos de una cultura vinícola y de unos lugares a los que volveremos cada vez que bebamos una copa de vino de la zona visitada.
Como todo viaje, el disfrute comienza con la preparación. Debemos saber qué es lo que queremos visitar, qué productores queremos conocer y qué es lo que queremos beber. Trazar esta ruta nos facilitará mucho el objetivo a cumplir. No dejemos lo concerniente al vino al azar porque, aunque en el mundo del vino los mejores momentos son los imprevistos, no es conveniente dejarlo todo a la suerte. Así que, tras esta breve introducción, empecemos a preparar las maletas.