El vino está ligado al arte desde sus inicios y de eso hace ya unos cuantos miles de años. Los antiguos egipcios decoraban algunas de sus cámaras funerarias con frescos que hacían referencia a la viticultura. También los griegos y los romanos reflejaron la cotidianeidad del vino en esculturas, mosaicos y vasijas. De esta forma, la enología, en cualquiera de sus ámbitos, ha sido plasmada por las diferentes expresiones del arte hasta llegar a nuestros días. En esta entrada, voy a referirme a algunos de los cuadros que más me gustan, pero el número de obras que podemos encontrar con esta temática es significativo.
En “La bacanal de los Andrios” (1523-1526), que se expone en el Museo del Prado, Tiziano pintó a Baco mezclándose con el hombre en la isla de Andros para la celebración de la fiesta del vino.
Caravaggio también tiene varios cuadros dedicados al dios romano del vino y de la danza. En “Baco” (1595), expuesto en la Galería de los Uffizzi, lo vemos ufano, acompañado de racimos de uva y una gran copa de vino en la mano.
Baco siempre ha sido objeto de muchos cuadros. Velázquez también lo pinto. En “El triunfo de Baco” (1628-1629), que podemos disfrutar en el Museo del Prado, representa una escena costumbrista en el que divida a ambos lados la mitología y lo terrenal.
Goya fue otro de los pintores con escenas costumbristas relacionadas con el mundo del vino. “La vendimia o el otoño” (1786), expuesto en el Museo del Prado, representa, en un paisaje otoñal, a unos campesinos en vendimina.
“El almuerzo de los remeros” (1881) de Auguste Renoir, en el museo Colección Phillips de Washington D.C., es un canto a la diversión, al vino y, en general, a la vida, que se hace patente a través de su colorido y la felicidad que transmiten sus personajes.
A Paul Cezzane también le gustaba incluir el vino en sus obras. En “Los jugadores de cartas” (1890-1895), que se exhibe en el Museo de Orsay, podemos ver a dos hombres jugando a las cartas con una botella de vino en el centro de la escena.
“El viñedo rojo” (1888), de Vincent Van Gogh, en el museo Pushkin, recoge una vendimia al atardecer en la Provenza. Fue el único cuadro que vendió en vida y sus rojizos colores nos trasladan a una evocadora vendimia otoñal.
Termino con la “La botella de vino” (1922), de Pablo Picasso, que se puede ver en el Museo Vivanco de la Cultura del Vino, en Briones. Un grabado “pochoir”, coloreado a mano con gouache, que representa un bodegón cubista con una botella de vino, una copa y un racimo de uvas.
Todo esto tan son solo palabras, así que, como una imagen vale más que mil palabras, os invito a que busquéis no solo estos cuadros sino muchos más, porque los aquí mencionados tan solo son algunos ejemplos dentro de la inmensidad. Mejor aún, visitadlos en directo y después, por supuesto, podéis curar el síndrome de Stendhal con un buen vino.