Anoche cené con mi mujer en el Mercado de la Imprenta. Una edificio de principios del siglo XX, de 1.800 metros cuadrados, en el que se ubicaba la antigua Imprenta Vila y que hoy en día alberga veintiún puestos de diferentes tipos de gastronomía. La rehabilitación de la nave ha sido espectacular y el complejo resultante tiene una belleza arquitectónica que lo convierte en uno de los puntos chic del ocio valenciano. ¿Cenamos bien? No cenamos mal. Platitos de las diversas paradas, un vermut de una vermutería y un par de copas de vino del puesto de Bodegas Mustiguillo. Todo correcto.
A la salida, comentando el espacio, coincidimos en que era un lugar sumamente atractivo, con paradas coquetas en las que se puede picar decentemente, pero sin mayores pretensiones. Asociamos la experiencia a las reglas que priman, justamente, en nuestra sociedad actual y que las encontramos en cualquiera de los ámbitos.
El mundo del vino no es una excepción. Son muchas las bodegas, especialmente las grandes productoras, que hacen botellas -que no vinos- que simplemente por su imagen cautivan a un buen número de consumidores -que no amantes del vino-. La forma de la botella, el diseño de la etiqueta, el nombre y el precio convierten al vino en un producto que alcanza la categoría de publicable en redes sociales. Me vienen a la cabeza gamas de botellas de las grands maisons de Champagne, Moët Chandon, por poner un ejemplo, que cumplen perfectamente con lo dicho.
Pero ¿y lo que hay dentro? ¿qué pasa con el contenido? ¿dónde está el duende? No es que dé igual, pero no tiene, ni de lejos, la importancia que tiene el envoltorio. No se valora, porque en la actualidad, la imagen prima más que el fondo y que sobre cualquier otro aspecto. Y es que vivimos en una sociedad en la que importa más la imagen que el alma. Los peinados, la forma de vestir, los restaurantes, lo que comemos, lo que bebemos, las redes sociales, las atenciones al cliente de cualquier mediana o gran empresa y, por supuesto, los bancos. Todo es postureo y superficialidad que, por supuesto, se traslada a la forma de relacionarnos. Posiblemente, a la mayoría de la gente le guste y yo sea un dinosaurio en vías de extinción, pero a mí no me interesa.