BOBAL: ADN MEDITERRÁNEO

Bobal: ADN Mediterráneo

Hay variedades de uva que son desconocidas para buena parte de la población, pero no por ello están exentas de calidad. Además, el hecho de que sean propias de zonas vinícolas menores le resta peso a la hora de su demanda. No obstante, hay vinos excepcionales que el consumidor deja pasar por pura ignorancia. La bobal es un buen ejemplo de lo que estoy diciendo.

Al igual que la monastrell, la garnacha o la cariñena, la bobal es una variedad que representa a la perfección la tipicidad de los vinos mediterráneos. Y, a pesar de lo dicho al inicio, es la segunda uva tinta, tras la tempranillo, en número de hectáreas. Se extiende, especialmente, en Castilla-La Mancha, donde tiene una superficie de plantación superior a las 50.000 hectáreas, y en la Comunidad Valenciana, donde supera las 30.000, con especial predominio en la D.O. Utiel-Requena. Sin que sean taxativos, no podemos dejar de beber los vinos de Bodegas y Viñedos Ponce y Alto Landón, en Castilla-La Mancha, y los de Bodegas y Viñedos Sentencia, Dussart Pedrón y Mustiguillo, en Utiel-Requena.

Reconozco que, a ciegas, no es fácil, pues es una de esas uvas que cuesta un mundo sacar. Algo que tiene su lógica, pues es una variedad que suele pasar desapercibida, incluso para los aficionados, que no estamos acostumbrados a enfrentarnos a ciegas con un vino de bobal.

En el escáner mental de matices, olores y sabores, primero recorro las variedades y zonas más típicas, luego, cuando concluyo que no es nada de lo que identifico con facilidad, empiezo a ampliar el mapa geográfico. Esta es la clave, abrir las miras y reconocer que existen más uvas que las tradicionales. A partir de ahí, se trata de analizar los matices del vino e intentar casar las diferentes piezas, como si de un puzzle se tratara. Particularmente, la bobal me recuerda a una tempranillo de Ribera del Duero, pero con la capa ligeramente más baja, algo menos de acidez, rastro verde de raspón y notas mediterráneas.

Al releer esta entrada, me doy cuenta de que este análisis vuelve a poner de manifiesto que catar a ciegas es mucho más que un simple juego. Un ejercicio mental extraordinario en el que, relacionando geografía, climatología y conocimientos vinícolas, se puede ubicar cualquier parte del mundo dentro de una copa de vino.

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