Viaje a madeira

Viaje a Madeira: Visita a Vinhos Barbeito

Salgo de la bodega Vinhos Barbeito con un buen número de notas en mi cabeza y muchas más en mi pituitaria y en mis papilas gustativas. Gracias a Leandro Gouveia, he podido comprender mucho mejor este tipo de vinos fortificados que, desde hace muchos años, me tienen enamorado. La fotografía de esta entrada es un buen ejemplo de la magnífica clase particular y del excelente trato recibido. Así que, desde este púlpito, de tinta y palabras, voy a intentar trasladar lo aprendido.

Los vinos generosos de Madeira tienen un rastro especial. Un matiz característico que los delata y los ubica en el Atlántico cuando me llevo la copa a la nariz. Quizás, el punto dulce del caramelo y del tofe mezclado con una marcada acidez y salinidad.

La viticultura de la isla se asienta, heroicamente, en una orografía, extremadamente montañosa, que se esparce sobre un mosaico de viñedos, plantados tipo “pérgola”, con excelsas vistas del omnipresente mar. En diminutas terrazas se cultivan, especialmente, las variedades blancas: verdelho, con la que se elaboran, principalmente, los vinos semisecos; sercial, para los vinos secos; boal, para los vinos semidulces; y malvasía, para los vinos dulces. No obstante, tras la filoxera, también se cultivan variedades tintas, como la bastardo y la tinta negra, de gran adaptación a los suelos volcánicos, ricos en arena y ácidos, lo que favorece la fertilidad de los cultivos.

Leandro, de amabilidad exquisita y conocimientos infinitos sobre la materia, nos cuenta que los vinos fortificados de Madeira se elaboran deteniendo la fermentación con alcohol vínico de noventa y seis grados, dejando un pequeño porcentaje de azúcar residual. Posteriormente, el vino es introducido en barricas, generalmente americanas y muy usadas, para evitar que la madera invada el vino y arruine sus inmensos matices.

El “punto Madeira” se consigue durante el envejecimiento del vino en los “canteiros”, salas de barricas, construidas con zinc o cristal, en las que el calor del sol favorece, de forma natural, la evaporación del alcohol, dando lugar a las maravillosas notas de tofe y caramelo que se compenetran, de forma exquisita, con la punzante acidez de las distintas variedades de uvas.

El sistema de crianza tiene cierta similitud con el de las criaderas jerezanas, ya que los vinos más jóvenes se sitúan en las partes altas, donde el calor es más intenso, descendiendo, con el paso de los años, para una crianza más lenta. No obstante, los vinos más comerciales suelen envejecer mediante el sistema “estufagem”, que consiste en el uso de estufas para calentar las salas a temperaturas entre cuarenta y cinco y cincuenta grados, con el objeto de acelerar el envejecimiento del vino.

Ya en la sala de catas, Leandro despliega un sinfín de botellas para comparar variedades y tipos de vinos, tanto con indicación de edad como con añada. Los primeros, pueden etiquetarse como de tres, cinco, diez, quince, veinte, treinta, cuarenta y cincuenta años. Por su parte, los vinos con indicación de añada, denominados “colheitas” o “frasqueiras”, se elaboran con una única variedad, de una sola añada y con un envejecimiento mínimo de veinte años. Los “frasqueiras”, por su complejidad, longevidad, concentración de aromas y matices, son la máxima expresión de los vinos de Madeira.

Nos despedimos de Leandro agradecidos por su pasión y por habernos transmitido, desinteresadamente, los conocimientos de otra de las partes líquidas de Madeira, la de unos vinos cosidos al océano Atlántico. Al dejar Barbeito tomo conciencia de que, ahora, si cabe, cualquier Madeira me sabrá aún mucho mejor.

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